Padres y Madres Separados

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Carta de un padre separado al Senado

LOS PADRES SEPARADOS EN ESPAÑA

Madrid, 14 de mayo de 2003

Estimado senador/a

A través de esta carta, quiero hacerle llegar mi punto de vista sobre problema, que no por ignorado deja de afectar a muchísimas personas en la Comunidad de Madrid. Me refiero a los padres separados.

Es muy difícil resumir en pocas palabras los sentimientos de exclusión e injusticia que he ido acumulando desde que comenzó esta experiencia alucinante del divorcio. Le ruego que dedique un poco de su tiempo a leerla. Tenga en cuenta que en unas elecciones en número de votos de hombres separados, es numéricamente igual al de mujeres separadas, aunque nosotros somos política y socialmente invisibles.

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¿La Paternidad no existe?

La situación de la madre con respecto a los hijos está bastante clara. La madre no pierde su papel en un divorcio, sigue siendo madre y nadie discute la importancia que tiene para los hijos su presencia. Tanto es así que el 95% de las custodias en un divorcio se dan a la mujer. Incluso la mujer se «beneficia» de una cierto ambiente social que la considera una especie de víctima ontológica, y se la considera a priori «sufridora abandonada», aunque la realidad estadística nos dice que la mayoría de las rupturas están provocadas formalmente por ellas.

Otra cosa muy distinta, ocurre con el hombre.
Cuando el matrimonio se rompe, el hombre no solo pierde la pareja, pierde de hecho la paternidad, pues socialmente no existe el papel de padre fuera del matrimonio. No se ve al padre como una figura autónoma independiente de la mujer. Un hombre solamente es padre mientras su matrimonio funciona.

Expectativas sociales esquizofrénicas.
Socialmente, no se sabe que hacer con un padre separado «no culpable», puesto que se supone que un «buen padre» no bebedor, no juerguista, no promiscuo, no puede ser sujeto de divorcio. Si la mujer quiere romper el matrimonio es porque «algo habrá hecho». Nos encontramos así con la primera discriminación sexista; mujer separada: «victima», hombre separado: «algo habrá hecho». Se rompe por tanto el principio constitucional de la presunción de inocencia: esta es para la mujer, para el hombre funciona la presunción de culpabilidad.

Este prejuicio, tiene consecuencias radicales en la relación del hombre con los hijos. Nadie se plantea que hay que proteger esta relación, que los hijos de hoy día tienen «hambre de padre»; simplemente nadie se plantea que haya que proteger una relación (padre-hijo) que se supone, el hombre ha abandonado voluntariamente para hacer su vida.

Es cierto que muchos padres se corresponden con el clásico perfil del abandonador, y cuando esto ocurre, los engranajes del sistema funcionan perfectamente, puesto que es este tipo de padre el que la sociedad conoce y con el que se siente cómoda, aunque hipócritamente le critique.

El problema lo tenemos los hombres que en un divorcio, nos negamos a asumir el papel de malos, pues no existe ningún otro papel para nosotros, y además nuestra actitud acaba generando desasosiego entre jueces políticos y periodistas, ya que negándonos a asumir el único papel conocido (malo, abandonador, maltratador, psicópata, alcohólico...) en la práctica cuestionamos el papel de los demás: si no hay culpable no hay víctima, no hay héroe defensor de víctimas. Muchos oportunistas se quedarían a solas con su mediocridad intelectual.

El hombre separado se encuentra así ante una situación sin salida: para que el puzzle encaje y nadie tenga que pensar ni cuestionar nada, debe desentenderse de sus hijos (afectivamente, el tema económico es otra cosa). Si no lo hace empieza a estorbar, y no va a tener el apoyo de nadie; puede incluso que se le acuse de paranoico conflictivo. Pero si finalmente se adapta y tira la toalla en la relación con los hijos, se le reprocha y se le acusa de abandonador. En cualquier caso es «malo» ¿Qué hacer?.