Padres y Madres Separados

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¿Violencia de género o violencia de Estado?

Hacía largo tiempo que no veía a Germán. Me lo encontré, acompañando del brazo a su esposa, mientras transitaba por mi pueblo a la hora del aperitivo; y la alegría de celebrar el tropiezo nos condujo hasta la tasca más cercana, pues mal reencuentro resulta en nuestras Españas aquél que no se remoja adecuadamente con unas espumosas cañas.

Nos conocemos desde la infancia y, en nuestra juventud, resultaban notorias las tertulias estivales nocturnas que manteníamos junto con otros amigos en los bancos de la plaza; con disquisiciones de cómo arreglar un mundo, ese que no parece tener solución. Un mundo, en el que los problemas humanos de antaño, que entonces conmovían nuestra sensibilidad, dan la sensación de verse incluso empequeñecidos por lo nuevos del presente, sin saber a ciencia cierta si humanamente progresamos a insignificante paso de tortuga o, aún peor, realmente nos desplazamos hacia atrás como el cangrejo.

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-Que conste que tengo claro -se defendió Germán, visiblemente incrédulo- que el entendido en leyes y jurisprudencia eres tú. Ni es la tuya mi profesión, ni tengo realmente conocimientos eruditos en la materia. Pero el sentido común me dice que estás exagerando; o, tan afectado, que desgraciadamente se te ha ido la chaveta y todo lo ves más negro que el sobaco de un grillo; porque si el asunto fuere como lo pintas, no es posible que en una democracia como la nuestra los medios de comunicación callasen tales injurias. ¡Pero, hombre; por Dios!, que vivimos en una sociedad libre y con libertad de expresión… ¡Que estos no son los tiempos de Franco!

Al tiempo que Pepe movía la cabeza de lado a lado con actitud resignada de incomprensión manifiesta, y levantaba su vaso para sorber un largo trago de vino en el que ahogar sus penas, El Culebra, el dueño del bar, que había estado siguiendo nuestra conversación al tiempo que restregaba la barra con su bayeta y fregaba la vajilla acumulada en la pila, terció llanamente diciendo:

- Pues yo, después de lo que la pasao a Gregorio, el hijo de la tía Matilde y el tío Perico, sí que me creo to lo que está contando éste -señalando a Pepe-. El Goyo, hizo la tontuna de casarse con una mujer que conoció en un puticlub; y ahora ella sa quedao en la casa que heredó él de sus padres, viviendo con la hija de los dos; y él sa pasao tres meses en la cárcel por decirle de to a la jueza durante el juicio. Después de estar años engañándole con to el que quería, cosa que nadie nos atrevíamos a decirle por vergüenza al pobe Goyo, encima le denunció por malos tratos; y resulta que cuando la descubrió en la cama con un moro en su casa, con la hija en la habitación de al lado, casi fue éste el que le mata a él de un garrotazo. Y, ¡ya ves tú!; ¡el Goyo!, que con to lo grande que es, en su vida sa metio con naide… Pero en el juicio, pa mí que no se podía creer na de lo que le estaba pasando y se lió a voces con tos.

Y ninguno en el pueblo, ni tan siquiera el alcalde, se atrevió a defenderle, tal como están los tiempos. Después de salir de la cárcel, sa pasao un año con orden de alejamiento y sin poder pisar el pueblo. Ahora vive en medio del campo, en poco menos que una chabola, sin agua corriente, ni luz, y ha tenio que pagar tos los atrasos que le debía a su “ex” a base de descargar mercancías en el mercao.

Bueno..; y a ella, pa colmo, hasta le dieron un trabajo en el Ayuntamiento por ser mujer maltratá. Y ahí sigue…, sacando incluso aún toavía más dinero de sus amantes de turno.

- Yo, que soy mujer, -dijo Marina- no me extrañan la cantidad de mujeres asesinadas que se están dando, porque no son los primeros casos similares que oigo. Y si a mi me quitasen los hijos, y más en tales circunstancias, dudo que no se me pasara por la cabeza el cometer un disparate.

- Pues no andas muy desencaminada de la realidad, Marina, -le respondió Pepe- porque las estadísticas demuestran que en aquellos países donde la ideología de género se va imponiendo paulatinamente, crecen en igual medida los casos de violencia doméstica (mal denominada “de género” por los partidarios de tan aberrante ideología) y es donde se da el porcentaje más alto de víctimas femeninas. Y, en nuestro país, cuando se recogen firmas a favor de la custodia compartida de los hijos, son las mujeres quienes triplican la plasmación de sus rúbricas en comparación con las de los hombres; ya que en la mujer prima el sentimiento, y, además de madre, también es abuela, hermana, tía, sobrina, prima… y se conmueve más acusadamente del padecimiento e injusticia sufrida por sus varones queridos y los hijos de los mismos; niños a quienes en un alto porcentaje de casos acaban por no verlos más.

Yo, que soy también padre divorciado y afectado, seguía la conversación en silencio, confirmando internamente las aseveraciones de Pepe y admirándome de la incredulidad de Germán después de “todo lo que está cayendo”, como se suele decir. Pero, al igual que Pepe, estoy resignadamente acostumbrado a contemplar el incrédulo desconcierto de todos aquellos que, sin ser directamente afectados o no conocer algún ser querido próximo a ellos que lo sea, se limitan a repetir aquello que ven, escuchan y leen en los medios de comunicación, y a ignorar lo mucho que estos callan. Recuerdo que en la España de Franco cuando la televisión pregonaba un supuesto hecho “blanco”, en conformidad con las directrices impuestas por el Gobierno, los ciudadanos dábamos por sentado que era “negro”.

Ahora, curiosamente, con unos medios de comunicación que, después de lo vivido, personalmente me parecen tan manipulados o más que entonces, la ciudadanía de buen corazón -como Germán-, situada al margen de éstas realidades estremecedoras, no son capaces de dar crédito a tales manipulaciones.