Padres y Madres Separados

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UN PASEO POR LA MEMORIA

Un artículo de Eluterio Sánchez (EL LUTE)

?Enhorabuena, Eleuterio. Recoja sus cosas; se va en conducción a una cárcel de régimen abierto. La mejor de todas: Alcalá de Henares?. Era el Jefe de Servicios del Penal de Córdoba, el que me llamó a su despacho para darme la noticia. Me quedé anonadado.

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Indulto y libertad

Triste y desalentado una mañana suena el telefonillo carcelario. Al otro lado del hilo estaba mi “ángel de la guarda”: “¿Qué tal si almorzamos hoy con Rafael Mendizábal y Luis Buron Barba?” La llamada fue providencial. No podía ser más oportuna. Rafael Mendizábal era Presidente de la Audiencia Nacional. Luis Buron Barba actuó como magistrado ponente en mi juicio. La cita era atípica, sin la menor duda: el juez frente al reo, el verdugo y la víctima, frente a frente, cara a cara, rodeados de exquisita y suculenta pitanza, y buen vino sobre la mesa. Así da gusto hablar.

Se quiera o no, estas situaciones predisponen el ánimo hacia el diálogo y el entendimiento.

Me sorprendió comprobar la calidad humana de estas dos personalidades del Derecho, así como el interés y preocupación que mostraron hacia mi persona. En resumen, estaban dispuestos a ayudarme. Como parte integrante del Tribunal Sentenciador estaban decididos a propiciar y potenciar un indulto particular, en cuyos trámites me orientarían profesionalmente.

La instancia llegó, oportunamente, al Ministerio de Justicia. Pero pasaba el tiempo y no obtenía respuesta, ni en un sentido ni en otro, sobre la solicitud de mi indulto particular. La Diosa Fortuna, empero, salió a mi encuentro en forma de esposa del ministro del ramo. He aquí, más o menos, lo que ocurrió: “He visto esta noche a “El Lute” en TV. Parece una buena persona…¿Cómo es que lo tenéis todavía en la cárcel?” Esas fueron las palabras mágicas que pronunció mi libertadora a su marido Francisco Fernandez Ordoñez, a la sazón, Ministro de Gracia y Justicia, cuando éste llegó a su casa.

¡Por fin la libertad! ¡Aleluya hermanos!
¡Eleuterio, la libertad! Preciso fue que esta palabra mágica- acaso la más hermosa de todas- la repitiese muchas veces para que pudiese creérmela, para que penetrara dentro de mi herrajado cerebro. No es suficiente firmar unos papeles y estampar sobre otros las huellas dactilares. Eso se vive en los sueños desde el primer día que se ha perdido el bien más preciado. No es suficiente que te digan que recojas tus cosas, que te vas. No basta que los compañeros y amigos te den abrazos y besos de despedida.

Eso no trasciende a la perplejidad de tu persona. No es suficiente salir y alejarse del recinto carcelario, porque la cárcel, por mucho que te alejes de ella, está contigo y te habita como un fantasma, como tu sombra de la que no te puedes liberar. Para que la idea empiece a calar es preciso el discurrir del tiempo, y repetir cada día muchas veces, durante años, que eres libre. ¡Libre, soy libre! ¡Por fin, libre!. Es una locura. Como una enfermedad crónica. Con frecuencia la cárcel, especialmente cuando se ha permanecido en ella durante largos años, es a perpetuidad.

Es curioso, mi reacción inicial fue más bien de tristeza. Era como si después de tantos años encerrado la libertad me asustara. O que la espera de dieciocho años me había fatigado para vivir una vida libre. ¿Acaso sentía miedo de los libertos? Bien pudiera ser. Me invadía un mar de extrañas sensaciones. Siempre había pensado que cuando llegase ese momento no sabría hacer nada a derechas, que estallaría de alegría y alborozo.

De hecho, parece increíble que la cárcel y la calle se encuentren en el mismo mundo, en idéntico planeta, en la misma vida y no en mundos diferentes, en dimensiones distintas. A mi me hubiese gustado ascender a la luz como el buzo que, desde la profundidad marina, metro a metro, va subiendo a su mundo luminoso. Lo peor de todo creo que fue la prensa. La verdad, se portan a veces como chacales al despojo. No sé bien lo que me pasó. Era como si se me hubiese agarrotado la capacidad de sentir. Como si viviera mejor en la tibia y monótona seguridad de las rejas. En medio de mi desconcierto, comprendía con amargura la diferencia entre indulto y amnistía.

El indulto es un perdón. La amnistía es un acto de justicia y de restitución personal. Por consiguiente, mi puesta en libertad no fue honorífica. ( ¡Pero de qué hablo , si estoy vivo de milagro!) Porque no tenía un partido político detrás que me apoyara. O porque no había hecho – como otros – una escabechina de guardias civiles. ¡ Triste lección!: “ El que roba un barco es un pirata. El que roba cien barcos es un conquistador”…

Por Eleuterio Sánchez