Padres y Madres Separados

Ayuda práctica, jurídica y psicológica padres, madres, separados, divorciados e hijos

PADRES SEPARADOS:cuando uno obstaculiza la relación del otro con el hijo

Experiencia y literatura local y extranjera

por Eduardo José Cárdenas y Marta Albarracín [1]

1. Enfoques sobre la separación y el divorcio
Ha transcurrido medio siglo desde que la separación y el divorcio de los esposos comenzaron a vivirse masivamente y a estudiarse. Tiempo suficiente para que los enfoques ideológicos, las expectativas y las conductas hayan variado, al menos parcialmente.

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Motivos explícitos y causas ocultas por las cuales usualmente un hombre/mujer separado/a obstaculiza sin razón el acceso del otro progenitor a los hijos

En muchos casos el intento de bloquear el acceso de un progenitor al hijo está basado en hechos reales e importantes. A veces uno de los progenitores daña a sus hijos, los maltrata física o psíquicamente, abusa de ellos sexualmente o se comporta con grave negligencia a su respecto, poniéndolos en riesgo. El objetivo de este trabajo no tiene relación con estos casos, si bien una de las tareas más importantes y difíciles de los operadores es diferenciarlos de las falsas alegaciones.

Veamos cuáles pueden ser los motivos alegados y los verdaderos que llevan a un progenitor a obstaculizar, sin razón suficiente, el acceso del otro a los hijos. Es diferente según sea el progenitor obstruccionista el padre o la madre.

A. Cuando la obstrucción es hecha por el hombre Cuando es el padre quien intenta obstruir o impedir la relación de la madre con sus hijos, sus alegaciones frecuentemente tienen que ver con:

§ La supuesta perturbación mental de la mujer. Aduce que ella está mentalmente enferma y no quiere tratarse, y que esto pone en riesgo a sus hijos. Se trata a menudo de relaciones en que la mujer ha soportado largamente la violencia física y/o psicológica del hombre, y a este fin ha tenido que adaptar su conducta. A veces algún médico psiquiatra (desconociendo o minimizando el problema de la violencia) le ha recetado tranquilizantes o antidepresivos (de hecho está demostrado que sufren depresión más mujeres que hombres). Cuando la mujer decide separarse el hombre la califica de “loca” y confirma esta calificación cuando la mujer deja el tratamiento psiquiátrico que le servía para adaptarse a la situación de violencia.

§ El pretendido desenfreno sexual de la mujer. Se trata usualmente de mujeres que logran liberarse de relaciones en que han sido violentadas física y/o psicológicamente. El hombre piensa y dice que lo que ella está buscando tiene que ver con su desenfreno sexual. Esto se ratifica y confirma si la mujer entra en una relación concreta con otro hombre. Se trata entonces, a los ojos masculinos, de una mujer promiscua que constituye un mal ejemplo para los hijos, cuando no los pone en riesgo por la clase de hombres que ella frecuenta. Si la madre forma nueva pareja, esta acusación se transforma en que la presencia de ese hombre en el hogar es “nociva” y por lo tanto los hijos la rechazan.

§ La supuesta negligencia de la mujer con sus hijos. El hombre alega que no los atiende como debiera o que los maltrata física o psíquicamente. A menudo estas mujeres han sido tratadas como niñas a las que el hombre debe educar y reprimir, y calificadas como incompetentes que no saben criar a sus hijos si no están permanentemente controladas y autoritariamente guiadas. Al padre varón le parece imposible que se ocupen bien de los hijos si él no está presente en el hogar.

El trasfondo real de estas falsas acusaciones es, como fácilmente puede verse, el machismo herido del varón. En muchas zonas del interior de nuestro país, por este motivo, la actitud obstruccionista proviene más de padres que de madres. Es frecuente que haya sido la mujer quien tomó la iniciativa de separarse, o la que motivó la reacción del hombre con actos de infidelidad (en 70% de las veces son las mujeres las que toman la decisión de separarse, según nuestros estudios y los de otros países). A veces la salida de la mujer es un escape a una situación de violencia prolongada, física o psicológica. Y el varón intenta cobrarse esa factura privándola de sus hijos. Muchas de las mujeres acusadas de “abandonar” a sus hijos en realidad huyeron de la casa y no pudieron volver a verlos por amenazas a su integridad.

Es por eso que en estos casos a menudo los hijos conviven con el padre, que se queda en el ex hogar conyugal. En ocasiones ellos adhieren al discurso paterno (“desde que mamá anda con otro, ya no es mi madre”). Esto sucede especialmente con los hijos varones, pero a veces también con las hijas mujeres. Éstos llegan a negarse a ver a su madre, si ella no vuelve al hogar. De esto trata el punto C siguiente.

Cuando en este tipo de familia, los hijos quedan conviviendo con la madre, el problema suele no ser tan grave. Ella no dificulta el acceso de los hijos al padre. Simplemente éstos se encuentran en medio de la tormenta y esta situación les resulta difícil. Sin embargo, aun en estos supuestos, pueden darse también situaciones graves. Se trata de los casos en que los hijos quedan con la madre, pero su misión es observarla, controlarla y descalificarla en nombre del padre. Aliados con el padre e imbuidos de su ideología machista, no obedecen ni respetan a la madre. A veces la madre termina por entregar los hijos al padre, imposibilitada de ejercer la autoridad frente a la coalición de éstos con el progenitor varón. En ocasiones ni siquiera se atreve a hacer este gesto, para no ser aún más descalificada como madre, o el hombre no quiere recibir los chicos: en estas condiciones, la vida en el hogar materno se torna de una violencia insoportable.

La actitud del padre puede terminar involucrando al hijo o a la hija, quien se transforma en activo co-denunciante de una supuesta inconducta materna. Esto se tratará en el apartado C siguiente. Más abajo trataremos el abordaje de todos estos casos. Sólo adelantaremos que la situación empeora si se interviene consciente o inconscientemente desde una ideología sexista, que “oficializa” que la mujer es una mala madre. Y empeora aun más si esta ideología la tiene el primer operador (juez, abogado, psicólogo, etc.).

B. Cuando las falsas alegaciones son hechas por la mujer

En estos supuestos, la mujer desarrolla habitualmente diversos discursos para convencer de que es peligroso para el hijo estar con el padre:

§ El alcoholismo, el consumo de drogas y las malas compañías del padre forman parte de un repertorio que en algunos casos tiene algo de cierto, pero que no es la base del problema. Si advierte estas conductas durante la convivencia, la mujer suele instar al hombre a buscar ayuda. Pero una vez separados tiende a verlas como insolubles y a impedir de modo definitivo el contacto padre-hijos.

§ Otro grupo de acusaciones inconsistentes o fruto de la exageración son aquéllas relacionadas con el incumplimiento del padre con sus deberes: el no pago de la cuota alimentaria o el hecho de dejar a su hijo en manos de terceros durante sus horarios de visita.

§ Hay un último grupo de casos en los cuales la madre acusa abiertamente al padre de maltrato físico o psíquico y/o abuso sexual con respecto al niño o a la niña. Naturalmente que la acusación puede ser verdadera y si se comprueba debe dar lugar a las correspondientes medidas de protección del menor y sanción del acusado. Reiteramos que estamos hablando aquí de los casos en que la acusación es falsa. Éstos son graves, porque o bien la madre está actuando con malicia o con una grave perturbación (Cárdenas, 2000).

El trasfondo real de estas acusaciones (que en muchas ocasiones, repetimos, son ciertas en parte, pero insuficientes para explicar y sustentar la posición materna) es a veces el temor de la madre a perder a su hijo, vista la buena relación que éste mantiene con su padre. Si bien lo normal es que los niños pequeños tengan una relación más estrecha con la madre que con el padre, a veces ocurre al revés y la separación conyugal sume a la madre en el temor de perder al hijo.

La popularización de la mal llamada “tenencia compartida” y el creciente entusiasmo de los padres varones separados por compartir su vida con sus hijos alarma aún más a muchas madres, que temen perder su tenencia y quedar marginadas en una sociedad que aun atribuye moralmente a la mujer la tarea de crianza y de educación de la prole. Por eso en la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, es por lo general la madre la que adopta una actitud obstruccionista.

En ocasiones este temor se agiganta si la mujer no tiene suficiente autoestima o si en el fondo tiene la sensación (generalmente no declarada) de que es una mala madre. Casi siempre es una buena madre, pero nadie la confirmó en ese rol: ni su propia madre, con quien a menudo se lleva muy mal, ni mucho menos el ex marido.

La alarma de la que hablamos crece también cuando la madre teme que su hijo sea captado por la nueva mujer del padre (que quizá sea simpática o atractiva para el hijo). Este miedo es un sentimiento muy generalizado y harto comprensible.

Otro grupo de casos está estimulado por las facturas que la madre se siente con derecho a cobrar al padre. Éste puede haber cometido adulterio (a veces real, a veces sólo en la fantasía de su ex esposa), o haberla maltratado física y/o psíquicamente. También este resentimiento es normal. Muchas veces influye lo que Judith Wallerstein llama “el síndrome de Medea”, esto es, el deseo de venganza de una mujer traicionada y despreciada por su marido, que no vacila en sacrificar a sus hijos para dañar al otro. [2]

La rabia incrementa el poder de estas mujeres y el tiempo durante el cual logran alejar al padre de los hijos juega a su favor. En ocasiones ellas siguen emocionalmente involucradas con su ex pareja, e incluso pueden mantener relaciones sexuales con ella durante la pelea.