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María Sanahuja, jueza Decana de Barcelona: «El Código Penal ha invadido el ámbito de las relaciones personales hasta límites intolerables»

ABC, 7/11/04

-Yo soy una mujer divorciada, y tengo la certeza de que no hubiera podido asumir la responsabilidad del Juzgado Decano de Barcelona si no fuera porque tengo la guarda y custodia compartida en relación a mis hijas. Si queremos superar el modelo de la caverna -él caza, ella se ocupa de la prole-, crecer profesionalmente y enriquecer a nuestros hijos, éste debe ser el modelo.

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Elogiada por unos, criticada por otros, sus opiniones sobre los conflictos entre hombres y mujeres no dejan indiferente a nadie. Ella cree que «el verdadero feminismo no puede ser violento»

MIGUEL ÁNGEL BARROSO/

Una feminista defendiendo una ponencia ante un auditorio de divorciados varones encantados de haberla conocido. ¿Cómo se come esto?«Habrá quien piense que el mío es un feminismo arrogante de una persona con un estatus social y económico que lo permite, pero en realidad es un feminismo de esfuerzo por ejercitar los derechos negados a las mujeres.

No tiene nada que ver con el victimismo, el revanchismo y la violencia verbal».

María Sanahuja, juez decana de Barcelona, ha participado esta semana en Madrid en las Jornadas sobre Custodia Compartida ante la Modificación de la Ley del Divorcio, organizadas por la Oficina del Defensor del Hombre y sus Hijos y el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Un evento que ha reunido a magistrados, abogados de familia, psicólogos, psiquiatras y variados expertos en el tema en cuestión.

La presencia de Sanahuja levantó una expectación inusitada. Los presentes querían escuchar a la juez que a lo largo de este año se ha atrevido a soltar estas cargas de profundidad:
«Se está condenando a los hombres por la simple presión de los medios y, sobre todo, por la presión del Servicio de Inspección del Consejo General del Poder Judicial».

«Muchas mujeres están abusando de la denuncia de hechos falsos para obtener ventajas en los procesos de separación».

-¿Era usted consciente, a priori, del escándalo que se iba a montar con esas declaraciones?

-Bueno, el día anterior les dije a mis hijas que se preparasen para el chaparrón de críticas que iba a recibir su madre. Hubo reacciones violentas e intolerantes a través de los medios de comunicación (ninguna de las personas que me criticaron me llamó personalmente), pero también mucha solidaridad por parte de compañeros que opinaban lo mismo que yo y no se decidían a romper el «pacto de silencio».

Alguno, incluso, intentó disuadirme.

Creo que era imprescindible que fuera una feminista la que afirmara lo que todo el mundo decía en voz baja.

-Dos de los proyectos estrella del Gobierno, la Ley integral contra la Violencia de Género y la reforma de la Ley del Divorcio, afectan a la relación entre hombres y mujeres. ¿Qué opinión le merecen estas normativas?

-Entre una y otra existe una visión de los conflictos que se plantean en las relaciones afectivas y familiares radicalmente distinta. Ofertan soluciones tan contradictorias que difícilmente pueden convivir en el mismo ordenamiento jurídico.

Mientras la reforma de la Ley del Divorcio manifiesta un enfoque pacificador del conflicto, el proyecto de Ley contra la Violencia de Género tipifica como delitos hechos que no son graves.

Por ejemplo, puede ocurrir que una mujer llegue a su casa y descubra a su hija adolescente en la cama con su novio; pues bien, si le suelta un sopapo, eso es delito.

Si una pareja discute, llegando incluso a empujarse, y es vista por agentes de cualquier policía, puede ser conducida al Juzgado de Guardia, porque su acción está tipificada como delito; si el hombre es culpable de esa «bronca», la sentencia podría comportar la prohibición de acercarse a la víctima, y la suspensión, respecto a los hijos, del régimen de visitas.

Había una necesidad de que el sistema penal reaccionara de un modo más contundente ante situaciones de violencia, pues eran calificados como falta hechos que, por su gravedad y reiteración, merecían una sanción más dura; pero esto se ha llevado hasta unos límites intolerables.

El Código Penal ha invadido como nunca el ámbito de las relaciones personales. Hasta respirar va a ser delito.

-En lo que llevamos de año, casi 60 mujeres han muerto a manos de sus parejas o ex parejas. ¿Cómo se explica y, sobre todo, cómo se acaba con esta tragedia?

-La violencia ha estado, y está, presente en nuestras vidas. Pero lo que antes se veía como un problema privado, ahora ha salido a la luz pública. Por eso nos escandalizan las estadísticas. La Ley integral tiene un aspecto positivo, pues plantea la necesidad de trabajar en el ámbito educativo, publicitario, sanitario y social. Sin embargo, hará falta mucho tiempo y esfuerzo para recoger los frutos.

-¿Cree que los nuevos juzgados especializados en estos delitos serán eficaces?

-Los jueces de familia creen que nacerán colapsados como consecuencia de la cantidad de asuntos que pueden llegar a tramitar. Estos juzgados deben asumir exclusivamente las competencias penales que la ley les atribuye y, en materia civil, las medidas provisionales urgentes derivadas de la orden de protección. No podemos convertirnos en consejeros sentimentales.

Sólo si nos llegan los asuntos realmente serios podremos proteger efectivamente a las mujeres que están en riesgo.

-Usted es una defensora acérrima de la custodia compartida de los hijos en los casos de divorcio.

-Yo soy una mujer divorciada, y tengo la certeza de que no hubiera podido asumir la responsabilidad del Juzgado Decano de Barcelona si no fuera porque tengo la guarda y custodia compartida en relación a mis hijas. Si queremos superar el modelo de la caverna -él caza, ella se ocupa de la prole-, crecer profesionalmente y enriquecer a nuestros hijos, éste debe ser el modelo.

Es cierto que la mayoría de los padres que he conocido en los juicios se conformaba con ver a sus vástagos cuatro días al mes, pero hay que defender a ese grupo creciente de hombres que se quiere implicar más y que sufre con esas resoluciones inaceptables.

Los hijos también se beneficiarían de una educación en pluralidad, y estarían a salvo del odio que suele sembrarse hacia el otro progenitor, o de la venta al mejor postor.


 
María Sanahuja