IGUALDAD, PARIDAD Y VIOLENCIA
JOAQUIN LEGUINA EL PAIS- 4-09-2004
Los notables avances, jurídicos y reales, logrados en torno a la
igualdad entre varones y mujeres, una de cuyas muestras más
llamativas está en las tasas de escolarización universitaria, no
evitan la evidencia del largo camino que aún queda por recorrer y que
tiene su expresión más lacerante en el reparto y la remuneración del
trabajo.
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Las diferencias en las tasas de paro, los menores salarios
para tareas parecidas o iguales y la muy desigual distribución del
trabajo doméstico en perjuicio de las mujeres que también trabajan
fuera del hogar muestran la notable discriminación subsistente.
A ello se une una distribución nada equitativa de la jerarquía laboral, con la excepción, quizá, de la función pública.
El camino recorrido en pos de la igualdad ha tenido como principal protagonista al movimiento feminista que, desde los ya lejanos años del sufragismo, ha liderado esos cambios. Sin embargo, en los últimos lustros, ese movimiento, influido por las ideas del feminismo fundamentalista norteamericano, ha tomado en Europa otro camino. "El camino equivocado", frase que da título a un libro de Elisabeth Badinter, la notable feminista francesa. En efecto, este feminismo, paradójicamente, pretende argumentar que nada ha cambiado y se dispone a levantar una muralla china entre los dos sexos.
"Todas víctimas" y, por lo tanto, "todos verdugos".
Por otro lado, estas posiciones ideológicas, como era de temer, pretenden imponer usos "adecuados" en el ámbito más íntimo y erótico.
"Por una sexualidad sana y gozosa", dicen, una sexualidad "decente" que niega las peculiaridades, tanto femeninas como masculinas, pidiendo, por ejemplo, que se castigue penalmente la prostitución (sin distingos entre la elegida y la forzada) y la pornografía.
De improviso, el varón se ha convertido en un enemigo a batir.
Es ese diferencialismo el que ha conducido a defender (y conseguir) la paridad que consagra el principio nada igualitario según el cual hombres y mujeres son entidades diferentes, pues se es seleccionado, antes de por cualquier otro mérito o capacidad, en función de la condición sexual. Lo cual contradice el concepto de igualdad consagrado en todas las constituciones modernas y, desde luego, en la española.
A ello se une una distribución nada equitativa de la jerarquía laboral, con la excepción, quizá, de la función pública.
El camino recorrido en pos de la igualdad ha tenido como principal protagonista al movimiento feminista que, desde los ya lejanos años del sufragismo, ha liderado esos cambios. Sin embargo, en los últimos lustros, ese movimiento, influido por las ideas del feminismo fundamentalista norteamericano, ha tomado en Europa otro camino. "El camino equivocado", frase que da título a un libro de Elisabeth Badinter, la notable feminista francesa. En efecto, este feminismo, paradójicamente, pretende argumentar que nada ha cambiado y se dispone a levantar una muralla china entre los dos sexos.
"Todas víctimas" y, por lo tanto, "todos verdugos".
Por otro lado, estas posiciones ideológicas, como era de temer, pretenden imponer usos "adecuados" en el ámbito más íntimo y erótico.
"Por una sexualidad sana y gozosa", dicen, una sexualidad "decente" que niega las peculiaridades, tanto femeninas como masculinas, pidiendo, por ejemplo, que se castigue penalmente la prostitución (sin distingos entre la elegida y la forzada) y la pornografía.
De improviso, el varón se ha convertido en un enemigo a batir.
Es ese diferencialismo el que ha conducido a defender (y conseguir) la paridad que consagra el principio nada igualitario según el cual hombres y mujeres son entidades diferentes, pues se es seleccionado, antes de por cualquier otro mérito o capacidad, en función de la condición sexual. Lo cual contradice el concepto de igualdad consagrado en todas las constituciones modernas y, desde luego, en la española.