Padres y Madres Separados

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Hipocresías sobre la violencia y la ?industria del maltrato?

Imaginémosnos a un ciudadano denunciando los crímenes de un peligroso mafioso.

Imaginémosnos a las autoridades limitándose a cursar -como única y grotesca protección para este ciudadano- una simple orden de alejamiento contra el denunciado hasta la celebración del juicio. No sería el hijo de mi madre quién envidiase la suerte de tan ejemplar ciudadano; teóricamente, amparado por una ridícula protección y, realmente, abandonado en precario a desafiar las posibilidades del asesino.

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¿Es realmente “impartir justicia” lo que se busca, interesa o pretende?; ¿o se está relegando tal cosa ante las prioridades de lo “políticamente correcto”?.

Actualmente, –y colmando de interrogantes el principio de presunción de inocencia- basta la denuncia de una mujer, como única prueba, para encarcelar a un hombre ese mismo día y aplicarle el destierro de su casa, al día siguiente, hasta la celebración del juicio meses más tarde; con resultado impune –además- para la delatora, si el hombre resultare absuelto en dicho juicio; ya que se aduce, que no haber llegado a “apreciar” la culpabilidad del acusado, no significa que la delatora haya mentido.

Ella, cursada la denuncia y aún a riesgo de su más que dudosa veracidad, dispondrá inmediatamente del privilegio institucionalizado de -con desvergüenza y premura- introducir en el hogar a su amante, en sustitución del marido, y solicitar la separación con todo tipo de privilegios.

Con ello, el hombre y sus hijos ya están resultando penalizados “preventivamente”, sin haber sido siquiera sentenciado el acusado y teniendo como única base la incierta declaración femenina.

Acusación muy probablemente falsa; y totalmente impune, como hemos dicho anteriormente, en caso de que no se llegare a “apreciar” por el juez la culpabilidad del acusado.

Y digo que basta la denuncia de la mujer, porque es la jurisprudencia quién pregona que en estos casos puede ser suficiente prueba el “testimonio de la víctima” para condenar al agresor (ver nota bibliográfica que se adjunta al presente escrito). En principio resulta llamativo que se pronuncie tal postulado sin ni siquiera hablar de “hipotética víctima” o “presunto agresor”, por aquello de prejuzgar menos; pero además, no conozco un solo caso en el que haya resultado suficiente con la simple “declaración de una víctima masculina” para sentenciar de igual manera a su acusada femenina.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, dice:

Artículo 9:
Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.

Artículo 10:
Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal.

Artículo 11.1:
Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa

La lógica conclusión de todo ello es que, en beneficio de unas especulativas teorías hembristas asociadas a su “industria del maltrato”, existen dudas muy fundamentadas de estar consiguiendo: provocar la penalización de hombres inocentes; premiar a algunas deleznables mujeres, que son los verdaderos verdugos de sus parejas (inocentes víctimas, éstos últimos, de ellas y de la atroz persecución colectiva a todo lo masculino); y fomentar una repugnante violencia institucional contra el hombre, basada en sentimientos de odio y revancha alimentados por la propaganda.

Lo que a su vez provoca un aumento del número de desesperados que se toman la justicia por su mano; convirtiéndose todo ello en una espiral de violencia que sirve de disculpa -a tan encopetadas hembristas y sus benefactores- para exigir todavía más prebendas y privilegios para su “industria del maltrato”.

Las pretensiones reales de tan repugnante “industria”, aparentan ser:
promulgar disposiciones inductoras de mayor violencia, para obtener luego suculentos beneficios de añadidas medidas hipotéticas de prevención, así como mayores disculpas para vilipendiar todo lo masculino.

Una pescadilla que se muerde la cola, engordando su personal espiral de beneficios. Los hechos están demostrando que cuantas más disposiciones se han volcado en contra del hombre, más ha crecido la violencia....

Y lo más increíble es que medidas prácticamente idénticas fueron ya experimentadas anteriormente por otros países (como EEUU), y se han copiado en nuestro país, cuando en ellos están siendo ya desechadas por haber dado lugar a los mismos nefastos resultados.

¿Cuál es el juego?.

¿Qué es lo que realmente se pretende?.

Mi impresión es que las verdaderas víctimas (masculinas y femeninas) continúan desamparadas y, en cambio, se está premiando a execrables mujeres por actuar como verdugos de sus parejas masculinas, lo que también beneficia a sus promotores: los sucios intereses de la “industria del maltrato”.