Padres y Madres Separados

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TODAS PUTAS, por Hernán Migoya

(Nota: no está de más conocer algo del contenido del libro editado por la Editorial propiedad de la directora del Instituto de la Mujer)

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Capítulo Primero

Ahora que todos los negros son buenos y todos los maricones unos seres muy simpáticos, a ver si la sociedad ésta se reúne y decide de una vez que no todos los violadores somos mala gente.

A veces he tenido que oír que en guerras de ésas que pasan por la tele, del tercer mundo o del este de Europa que cada vez se acercan más, esto ya empieza a acojonar un poco, más atroces aún que las bajas civiles se quieren considerar las violaciones perpetradas a las mujeres. Y no, hombre, eso no. No hay derecho.

Siempre será mejor violar a una mujer y dejarla viva, que no violarla y matarla. Yo no sería capaz de matar a una mujer, no tendría estómago para ello. Pero violarlas, les aseguro que no produce ningún remordimiento.

Claro que entiendo que, hoy en día, con el miedo que da llevarle la contraria a la opinión pública femenina o, mejor dicho, a las pocas mujeres que acceden a los medios de comunicación; en otras palabras: a las que no representan a nadie, todos tenemos que agachar la cabeza y decir que sí, que una violación es peor y más aberrante que la misma muerte.

Porque si lo negamos, siempre acaban arguyendo lo mismo: «Es que vosotros nunca podréis saber lo que se siente al ser violado». Hombre, eso es relativo, aunque ellas seguirán diciendo que una violación a un hombre no es lo mismo que una violación a una mujer. Así pueden seguir obteniendo el beneficio de la duda, y seguir aprovechándose de ese privilegio que les proporciona el supuesto horror absoluto que provoca la mera mención de una violación femenina.

Hacen que el hombre se sienta culpable al saberse posibilitado para violarlas aunque jamás se le haya pasado tal barbaridad por la cabeza; bueno, je, je, ¿a quién no se le ha pasado por la cabeza?, y entonces uno les consiente todo, víctima de un chantaje emocional implícito, como si ya tuviéramos que disculparnos a priori por nuestra capacidad de follarlas, o incluso de sentir deseo sexual.

De todas formas, hay que reconocer que, en el fondo, ahora que lo pienso, en eso de que una violación a un hombre no es lo mismo que a una mujer, tienen razón: yo he violado alguna vez a un hombre cuando todavía no había decidido por qué género decantarme, y les puedo jurar que no tiene nada que ver con violar a una mujer. Vamos, ni punto de comparación.