Padres y Madres Separados

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LA PATRIA POTESTAD Y L@S MALTRATADOR@S

Conversando hace unos días con un buen amigo mío después de haber visto un telediario cualquiera, en el cual le habían dedicado diez minutos al País Vasco, otros diez a los malos tratos masculinos y lo que quedaba a Aznar, al Rey y al Real Madrid...

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me confesó que no entendía cómo pretendían quitar a los maltratadores la patria potestad sobre sus hijos.
Decía que eso era muy gordo, pues equivalía a castigar a los hijos a quedarse sin padres, y que era lo mismo que se hacía en la Edad Media, cuando se castigaba brutalmente a los hijos por los delitos cometidos por sus progenitores.
No se explicaba cómo en el s. XXI querían aplicarse normas tan absurdas contra un colectivo determinado que, además, venían dadas con carácter excepcional, pues que él supiera, no ocurría con ningún otro colectivo, ni tan siquiera con aquellos relacionados con la delincuencia al más alto nivel.

Yo le comenté que eso debía ser más o menos como los efectos colaterales, que como estaban de moda en el cine y en las guerras también se querían aplicar en este tipo de casos.
Vamos, que si un señor le pegaba a su señora, que no fuera castigado con una dureza inusitada sólo con arreglo a ello, sino que además fuera desterrado, o le echaran del trabajo, o le marcaran de por vida con algún tipo original de San Benito, o perdiera a sus hijos…

Cierto que eso es lo que se hacía en la Edad Media, pero añadí que de esa época y de sus usos inquisitoriales y torturadores, tan refinados y eficaces ellos, también podíamos aprender muchas cosas y que la Historia, en definitiva, era muy bonita e instructiva.

Sin embargo, él siguió empecinado con sus trece.
Me dijo que me dejara de efectos colaterales y de zarandajas por el estilo y que eso de las modas sólo rezaba para la gente sin personalidad, con escasas luces o muy manipulada por los de siempre, o sea, por los medios de comunicación y por determinadas asociaciones partidistas o sexistas e instituciones con pocos escrúpulos y más dados a avivar fuegos que a apagarlos.
Todo eso, de momento, no le tocaba ni de refilón; es más, añadió que a nadie se le ocurriera tocar sus hijos, ni siquiera mentarlos, pues se enfrentaría a la más terrible de sus iras.

Una vez dicho esto último con un cierto grado de enfado que me sorprendió, me soltó de sopetón que él mismo había tenido desavenencias con su mujer, aunque no creía que eso fuera tan extraño, pues había oído que a muchos hombres les ocurría lo mismo y nadie los miraba como extraterrestres.
Pero ello no quitaba que quisiera muchísimo a sus hijos y que para ellos él fuera lo que se llama todo un padrazo.
Por eso, si un día le soltaba un bofetón a su mujer -cosa que esperaba y deseaba que no ocurriera nunca, pues sólo pensar en ello le daba repeluz- y, en vez de ser penalizado estrictamente por esa falta, se lo hicieran pagar con su relación con sus hijos, me dijo que no le debía extrañar a nadie que lo llevaran ipso facto a la locura.