Padres y Madres Separados

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Cumpleaños con sorpresa

Una de las muchas maneras en que se puede hacer un ridículo de "tierra, trágame"

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Había una vez un hombre que tenía una loca pasión por las alubias pintas; las amaba aún cuando con frecuencia le producían situaciones embarazosas debido a estruendosas reacciones intestinales.
Un día conoció a una chica, se enamoraron. Cuando habían decidido la boda se dijo: ella es tan dulce y gentil que nunca aguantaría algo como esto.
Así que el hombre hizo el supremo sacrificio y renunció para siempre a la felicidad de las alubias pintas.
Algún tiempo después, él se retrasó por una avería en el coche y, mientras esperaba la reparación en una cafetería, no pudo resistir a la tentación:
pidió un plato de alubias pintas, y luego otro y hasta un tercero.
Se pasó todo el camino ventoseando con el fin de llegar al hogar con el intestino vacío de gases.

Su esposa lo recibió muy agitada: “mi amor, esta noche tengo una gran sorpresa para cenar, de modo que tengo que vendarte los ojos hasta el momento de iniciar la cena”.
Le acompañó a la mesa del comedor y nuestro amigo se sentó con los ojos vendados.
Justo cuando ella le iba a quitar la venda sonó el teléfono: “no te quites el vendaje hasta que vuelva, cariño”.
Él sintió repentinamente una insufrible presión intestinal y, aprovechando la tregua brindada por su esposa, apoyó todo su peso sobre una pierna y dejó escapar un pedo.
No fue ruidoso, pero sí tan oloroso que sólo lo soportaría el autor.
Sacó del bolsillo un pañuelo y lo agitó vigorosamente para ventilar la habitación.
Todo volvió a la normalidad, pero pronto sintió la necesidad de expulsar gases de nuevo y los dejó escapar suavemente.
Éste podría ser el ganador de un gran premio.
Desesperadamente movió el pañuelo para hacer desaparecer el rastro de su incontinencia.
Con el oído atento a la conversación telefónica estimó que aún podría desahogarse un poco más y lo hizo. Siguió agitando el pañuelo hasta que oyó como su esposa colgaba el teléfono, lo que indicaba el fin de su libertad.

Colocó su pañuelo sobre las piernas, cruzó las manos sobre ellas y compuso una sonrisa de oreja a oreja.
La imagen era inocente como un cordero. Disculpándose por la tardanza, ella le quitó la venda y... allí estaba la sorpresa:
doce invitados a cenar sentados alrededor de la mesa para festejar su cumpleaños – sorpresa.