Padres y Madres Separados

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Carta abierta al hijo que ya sabe quién soy

Realmente conmovedor. Las personas están por encima del sexo que ostenten...o detenten

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Juan Francisco, querido hijo:
tuvieron que pasar trece años de tu vida para que al fin supieras quién es tu padre.
De la mía tuvieron que pasar más de treinta antes de que pudiera entenderme a mí misma.
El sábado a la tarde en esa pizzería del Parque Centenario, tu estómago se cerró en la mitad de la primera porción de muzzarela mientras descubrías que muchas cosas raras tenían una explicación muy simple: que el origen de mi cara inflamada no estaba en una alergia sino en la depilación definitiva de la barba, que mis uñas largas no eran producto de un ejercicio para dejar de mordérmelas, que el pelo desmelenado no era un revival de modas caducas, que la peluca que viste en mi portafolio no era para disfrazarme de cavernícola en una fiesta.

Mientras tu estómago se cerraba incluso a la cesión de todas mis aceitunas, tu corazón seguía más abierto que nunca.

"Nunca, nunca, voy a dejar de quererte", repetía yo una y otra vez, incapaz de articular otras palabras.
"Yo tampoco", me respondías vos.
"No te lo dije antes porque lo que más temía en el mundo era perderte... perder tu cariño.
Siempre fuimos tan compinches".
"No te preocupes, te entiendo".
Tu voz sonaba muy adulta.
Estás en tu propia transición, dejando atrás la niñez.
De repente tenías el aplomo de un embajador, de repente tus ojos lloraban como espejos de los míos.