Padres y Madres Separados

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Malos tratos anónimos (el calvario de un Padre)

Hace unos años, no lo olvidaré, discutíamos mi mujer y yo.
Hacía meses que se había vuelto agresiva, exigente, malhumorada...

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La sentencia definitiva ha confirmado nuevamente la sentencia anterior, lo que me devuelve una parte de mi vida y mi presente... ya veremos el futuro.
Entretanto, mis hijos me quieren y yo a ellos cada vez más.
Evidencian leves síntomas de Síndrome de Alienación Parental, pero me parece un milagro que no estén más desconcertados: tengo fé en que irán superando esto que ellos no buscaron.

Un juzgado condenó a mi mujer en uno de los múltiples pleitos suscitados, (en su gran mayoría, por ella), a una multa y a la devolución de un gasto derivado de su incumplimiento del régimen de visitas.
Multa y devolución de gasto eran apenas un 10% de lo que debí gastar en abogados para lograr el reconocimiento de su actitud entorpeciendo la relación con mis hijos. Algo es algo, y ha sido útil: últimamente se limita a malmeter, pero no quebranta el régimen de visitas.

He sobrevivido, pero no sé que parte de mí es la que queda y cual se ha quemado para siempre en este campo de minas en el que he pasado ya, en total, casi ocho años de mi vida, aunque de estos, los tres primeros apenas las divisara. Y sólo he narrado una mínima parte de todo lo que me ha sobrevenido.
El resto no me siento siquiera con fuerzas de rememorarlo.

Y me queda una reflexión. Antes, no hace tanto tiempo, y tras siglos de forja de este pensamiento, a los hombres se nos educaba para luchar por nuestra casa, nuestro hogar, nuestros hijos, contra todo enemigo que pretendiera arrebatárnoslo o destruirlos. Al igual que cuando se luchaba por la patria, matar era un medio válido para evitar que nos despojaran, y eran héroes quienes así lo hacían, derribando al enemigo y recuperando lo que era nuestro.

Ahora, el enemigo está en casa, apoyado por las leyes, el estado y la imbecilidad social que no ve en los malos tratos más que una afición masculina más o menos recurrente. Yo no maté a mi mujer, nunca le pegué, pero si otra persona, un hombre cualquiera, me hubiera infligido el trato terrible, la injusticia abrumadora que ella me infligió y yo la hubiera matado, todo el mundo hubiera comprendido que se trataba de legítima defensa.
O, si yo hubiera sido mujer, en lugar de hombre, y a consecuencia de todo lo que pasé hubiera matado... ¡quién sabe! Seguramente asociaciones, colectivos de todo tipo, incluso instituciones del estado... me hubieran, como a Tani, dedicado un homenaje.

El otro día, mencioné ante unas ex-amigas que los hombres también sufríamos "malostratos", y se echaron a reír. ¡Imbéciles nazis!

claudio